Trekking Baztan-Bidasoa / Foto: Eduardo Azcona
Recorriendo el Baztan-Bidasoa / Foto: Eduardo Azcona

Recorriendo los valles de Baztan-Bidasoa: la Navarra que mira al mar

La Navarra Atlántica, la húmeda, de valles siempre verdes y frondosos bosques. Tierra de hidalgos, de pastoreo, de indianos que llegaron de ultramar; tierra fronteriza, reino de contrabandistas. Cuando las altas cumbres se suavizan y la roca da paso a un paisaje de prados y bosques salpicado de caseríos y pequeños pueblos.

El río Bidasoa corre hacia el Cantábrico, en un discurrir en apariencia tranquilo, que puede ser la metáfora perfecta para estos valles. Al este el Baztan, al oeste, un corredor que se abre hacia en norte en la Regata del Bidasoa. Valles que invitan al sosiego y la quietud, de estampas verdes idílicas y pueblos coloridos. Salpicado de pequeños pueblos —de no más de 200 habitantes la mayoría. Elizondo, Lesaka o Bera, serán los pueblos de referencia con menos de 4000.—y multitud de caseríos entre praderas en las que pasta la oveja latxa. En la oficina de turismo del Parque de Bertiz nos recibe Mikel Albisu, geógrafo e historiador, quien decidió que en estas montañas estaba su vida, como guía y regentando desde 1990 el Albergue de Beintza, Orbela. «La Navarra que mira al mar, la húmeda», nos cuenta delante de la maqueta de toda la comarca. Mikel nos describe una región que no conoce de fronteras, dónde los dominios los marca el río —el Baztan, hasta Oronoz-Mugaire, y Bidasoa, como pasará a denominarse a partir de ahí— que nace en el pico de Astaté, cerca de Erratzu, y va a morir al Cantábrico por la Bahía del Txingudi, entre Hendaya y Ondarribia. La región de Baztan-Bidasoa está formada por Baztan, Bertiz, los valles fronterizos de Xareta (Zugarramurdi y Urdazubi/Urdax) y la regata del Bidasoa (Malerreka, Bidasoa y Cinco Villas). «Las montañas hacen de barrera a los aires húmedos del mar», macizos coronados por cimas como el Larhun (900m), Autza (1306m), el Mendaur (1131m) o Aiako Harria (832m) forman un embudo perfecto que justifica el eterno verde y pluviometrías que se van a los 2000 litros anuales. Un clima suave, muy cambiante, de bochornos tropicales en verano a suaves nevadas en invierno. Prados, helechales y bosques de hayas y castaños. Hombre y ecosistema se unen en un paisaje humanizado, moldeado, en el que las tradiciones y aprovechamientos han encontrado cobijo. Hayas trasmochadas, restos de carboneras, los “kisulabe” —hornos para fabricar la cal—, el caserío, la casa como explotación y medio de subsistencia en un medio hostil, su organización, el pastoreo, el contrabando, los carnavales, la gastronomía, todo es prueba de ello. El viajero se zambullirá en costumbres, historia local y leyendas —o todo entremezclado—, naturaleza, aderezado ello por unos productos y gastronomía que nacen de esta quimera.

Baztán-Bidasoa, el valle eternamente verde / Foto: Eduardo Azcona
Baztán-Bidasoa, el valle eternamente verde / Foto: Eduardo Azcona

Verde eterno y frondosos bosques

Vasta con levantar la mirada en el Mirador de Baztan o de Ziga para beber de la esencia de estos valles, su paisaje —luego nos quedará bucear en las profundidades de sus tradiciones y leyendas—. Naturaleza rodeando a caseríos y bordas de ganado que aparecen como pinceladas sobre laderas y montes, cultivos y prados, bosques de hayas, robles y helechales, con el Auza como atalaya al fondo. Puede ser este un aperitivo, pero sin duda para mojarse en estas aguas hay que explorar los frondosos bosques, mirar al fondo de los valles desde algún collado o cima o recorrer los innumerables senderos de la zona, transitados antaño por contrabandistas que de pueblo en pueblo cargaban paquetes, o por peregrinos en su camino a Santiago de Compostela, y frecuentados hoy en día por senderistas y cicloturistas que encuentran aquí un inmejorable terreno de juego.

En el Señorío de Bertiz caminamos por un bosque de hayas y robles, principalmente. Encontraremos huellas de antiguos aprovechamientos como las carboneras o la explotación maderera. Intacto en los lugares más inaccesibles. Con una superficie de 2.050 hectáreas, encontraremos por un lado un Jardín botánico y por otro el parque natural del Señorío, ambos son pura naturaleza. El Jardín Histórico-Artístico de Bertiz de más de 100 años de antigüedad es un tesoro, de 4 hectáreas, con más de 120 especies, muchas de ellas traídas por Pedro de Ciga en sus muchos viajes por el mundo, quien donó la finca a Navarra tras su muerte. Los senderos por el bosque de Bertiz partes del acceso principal del Parque, del centro de interpretación. Una sugerente ruta en el valle de Baztan es la que lleva a la Cascada de Xorroxin, escondida en un frondoso bosque de hayas y castaños. Desde el Barrio de Gorostapolo en Erratzu se llega a las cascadas de Xorroxin, nacedero del río Baztan que en su camino cambiará su nombre a Bidasoa. Quien necesite una mayor inmersión, la Ruta de la pottoka azul “Pottokaren bidea” recorre en 35 km la región transfronteriza de Xareta: Urdazubi/Urdax, Zugarramurdi, Sara y Ainhoa. El sendero discurre entre prados, bosques y caseríos, conectando las plazas de los cuatro pueblos y sus tres cuevas —Zugarramurdi, Urdax y Sara—. Asimismo la región de Baztan-Bidasoa está surcada por varios senderos de Gran Recorrido: el GR 11-Senda Pirenaica (senda transpirenaica por España) y GR 10 (senda transpirenaica por Francia) junto con el GR12 (sendero de Euskal Herria). En 2016 la FEDME completó esta red con enlaces como el E. GR 11 – GR 12 o el GRT 5, Kulunka Bidea, lo que ampliaba las alternativas entre las GR y senderos transfronterizos. Con esta configuración, el Trekking del Bidasoa recorre 137,80 km, por los pueblos del Baztan-Bidasoa. El Camino Baztanés discurre hacia el sur desde Dantxarinea en Urdazubi/Urdax hasta Belate, para unirse al Camino Francés y llegar a Pamplona.

Bosque en el Señorio de Bertiz / Foto: Eduardo Azcona
Bosque en el Señorio de Bertiz / Foto: Eduardo Azcona

Tierra de hidalgos y batallas

Avanzamos por la carretera de Baztan. A la izquierda se recorta la casa palacio de Jauregizarrea en Arraioz. «La parte superior es de madera, para que no tuvieran función defensiva». Mikel nos cuenta como las casas torre se desmocharon para que el señor no pudiera suponer una amenaza a la corona. Imponente, altiva, pero su paramento de madera la hace más reductible. Tenemos también la Torre de Donamaria-Gaztelu o Jauregizuria en Irurita, y las de Zabaleta y Minyurinea en Lesaka, en el valle vecino . Elegantes y austeras, atalayas defensivas que tuvieron su esplendor en los siglos XIV y XV —alguna siglos antes incluso—. El valle de Baztan está salpicado de torres medievales de linaje. También de palacios renacentistas y barrocos levantados por indianos que querían hacer muestra de su éxito en ultramar, o por servidores de la Corte de Madrid que alcanzaron un título nobiliario. Sorprende sin duda la hidalguía universal que ostentaban todos los habitantes del valle de Baztan en el siglo XV. «Una buena manera de contentar a los bantanzarras, y tenerlos de su lado», sonríe Mikel. El escudo con un tablero de ajedrez de casas, caseríos y palacios, seguro que enorgullecía y decantaba la lealtad.

Puerta de entrada al pueblo de Amaiur / Foto: Eduardo Azcona
Puerta de entrada al pueblo de Amaiur / Foto: Eduardo Azcona

En Amaiur se libró la última batalla por la independencia de Navarra, fue el último baluarte. Después de la batalla de Noáin los navarros fieles al rey se refugiaron al otro lado del Pirineo. Como última gesta en el intento de reconquista del reino hicieron una incursión en el valle de Baztan-Bidasoa y conquistaron el castillo de Amaiur y se quedaron el él. En 1522 las tropas castellanas llegaron al lugar y lo cercaron con 10,000 hombres, frente a los 200 navarros de la guarnición del castillo. El actual monolito que vemos en el lugar recuerda “A los hombres que en el Castillo de Maya pelearon en pro de la independencia de Navarra”, como reza al pie. Las huellas del pasado emergen hoy gracias a los trabajos arqueológicos que ha realizado durante 15 años la Sociedad de Ciencias Aranzadi y que se muestran en el recién inaugurado —agosto 2020— centro arqueológico en la calle principal del pueblo.

Legado también de este pasado medieval es la Junta General del Valle de Baztan de origen medieval que gestiona el extenso comunal. Ayuntamiento de 15 coquetos pueblos y decenas de caseríos, el municipio más extenso de Navarra. Los pueblos baztaneses son coloridos y de gran señorío, con grandes casas a dos aguas, de piedras rojizas, potentes aleros y grandes balconadas.

Elizondo y la “Trilogía del Baztan”

Después de Irurita, Gartzain y Lecároz, a derecha e izquierda de la carretera, llegamos a la capital del valle, Elizondo, parada obligada en el valle de Baztan. Corazón comercial y administrativo. Casonas, palacios y edificios monumentales y religiosos, el núcleo urbano se extiende a ambos lados del río Baztan. En la calle mayor las casas señoriales y palaciegas nos hacen pensar en el pasado próspero, fueron de vecinos que emigraron a América. Destaca el palacio del Conde o de las Gobernadoras, también llamado palacio barroco de Arizkunenea —hoy Casa de Cultura— o el edificio porticado del Ayuntamiento.

El río Baztán, Elizondo / Foto: Enrique López
El río Baztan, Elizondo / Foto: Enrique López

Si las nieblas del valle ya conferían un halo de misterio al lugar y sus bosques, con la “Trilogía del Baztan” escrita por Dolores Redondo y llevada a la pantalla, los visitantes llegan a Elizondo en busca de bosques mágicos. El guardián Invisible, El legado en los huesos y la última entrega de la Trilogía, Ofrenda a la tormenta, nos llevan a un valle lluvioso de grandes robles y hayas, de leyendas, caseríos solitarios, de cuevas ancestrales, y de un pueblo, Elizondo, en el que las paredes de las casas y las calles cuentan historias —y ocultan otras—. Recorrer las callejuelas de Elizondo de la mano de la inspectora Amaia Salazar, pararse frente al arco de piedra de la casa de la tía Engrasi —hoy unos apartamentos turísticos—, tomar algo en la terraza del Bar Txocoto junto al río, cruzar el puente que tantas veces lo hizo la inspectora, ir en busca de las tortas de Txantxigorri en la Chocolatería Malkorra Gozotegia o del obrador de Mantecadas Salazar —Panificadora Baztanesa—, visitar la iglesia, perderse en el cementerio buscando un ángel sobre una tumba —que en las películas parecía haberlo observado todo—. El Infernuko Errota —Camino del Infierno— discurre por las cercanías de Elizondo, bordeando el río, entre el barrio de Orabidea —Lekaroz— y Tximista. Una pequeña senda llega al Infernuko Errota, el Molino, que aparece como un fantasma en la crudeza de un escenario del que pudiera salir el propio Basajaun —personaje de la mitología vasca, el señor de los bosques—. El edificio es clave en “La cara norte del corazón”, precuela de la “Trilogía” y, el recorrido, nos adentra en rincones mágicos que sin duda crearon el

Tierra fronteriza

Vistas desde el Larun,  en la misma frontera con Francia, con las Penas de Aia al fondo. /Foto: Eduardo Azcona
Vistas desde el Larun, en la misma frontera con Francia, con las Penas de Aia al fondo. /Foto: Eduardo Azcona

El puerto de Otsondo nos conduce a la cabecera del valle de Baztan, la región de Xareta, con los pueblos de Urdazubi/Urdax y Zugarramurdi —junto con los pueblos de Sara y Ainhoa en Lapurdi—, tierra fronteriza. La muga no sigue una lógica, la de las montañas de los Pirineos. Pueblos en la frontera, fincas y bosques que no conocen de ella, cuevas y recovecos, terreno para el escondite. El contrabando era la tónica de estos pueblos. El tabaco, alcohol y combustibles circulaban de manera clandestina, de pueblo a pueblo, en petates. Una región sin fronteras, 4 pueblos, relaciones familiares entre ello, era el caldo de cultivo perfecto para una red de relaciones y caminos secundarios sin tener en cuenta puestos fronterizos. Los paquetes de 25 kilogramos pasaban de pueblo a pueblo, de casa a casa, a las espaldas en senderos que unían escondites, evitando los grandes aranceles sobre estos productos que grabó Franco. A mediados del siglo XX fue la zona hito en el paso de mercancías y personas. Las cosas más insospechadas recorrían el camino de Francia a España, como licores, cobre o penicilina. También lo hubo en dirección contraria, como de personas durante la Guerra Civil o la Emigración portuguesa. Hoy estos caminos y pasos de montaña forman parte de una ruta de senderismo, la Senda de los Contrabandistas, que en 7 etapas recuerda esta “tradición” del lugar. En el paso fronterizo de Dantxarinea, los antiguos intercambios de mercancías se hacen hoy en los nuevos centros comerciales de gran tamaño que han ido reemplazando a las antiguas ventas y que reciben diariamente clientes del País Vasco-Francés y de la zona de las Landas. «Durante los meses de cierre de fronteras en el confinamiento por el coronavirus —marzo— cuentan que en una de las ventas, las familias de un lado y otro se reencontraban saliendo a la frontera por la puerta de atrás», nos cuenta Mikel Albisu mientras sonríe. Haceres clandestinos de tiempos pasados. Otros testigos de la frontera son los bunkers de la linea P —Organización defensiva del Pirineo— construidos en la década de los cuarenta para evitar que los aliados penetraran en territorio español, y que se encuentran aún desperdigados por la zona. Algunos espectaculares, y muy bien conservados, como el que en el pico Alkurruntz, por encima del puerto de Otsondo, atraviesa en una galería subterránea de 110 m la montaña para abrir en una pequeña ventana un nido de ametralladora a posiciones estratégicas.

Akelarres y mundos subterráneos

Cueva Sorginen Leizea —de las brujas— de Zugarramurdi / Foto: Eduardo Azcona
Cueva Sorginen Leizea —de las brujas— de Zugarramurdi / Foto: Eduardo Azcona

En la cueva Sorginen Leizea —de las brujas— de Zugarramurdi el río Olabidea o Infernuko erreka se adentra en las entrañas del infierno. La cueva general, grande, tiene unos 120 m de profundidad, 30 de ancho y 12 de altura, una cueva abierta, recorrida por el arroyo, sin estalactitas y estalagmitas, donde podemos encontrar los restos de un antiguo horno de cal. Esta se completa con dos galerías más altas, una de ellas la cueva del akelarre, más pequeña, donde se unen lo real y lo imaginario, las leyendas y los hechos de unos tiempos oscuros, de miedos, rodeados de conflictos y guerras, en los que se persiguió cualquier memoria y saber anterior, pagano. Junto a la cueva se encuentra el prado de Berroscoberro, donde supuestamente se realizaban los rituales de pacto con el diablo, los akelarres; ceremonias diabólicas, orgías a la luz de la luna, en torno a la hoguera. Lo real es que en 1610 concluye en Logroño el famoso Auto de Fe de las brujas de Zugarramurdi con 18 personas reconciliadas, que confesaron y apelaron a la misericordia del tribunal, y 6 que se resistieron fueron quemadas vivas, así como 5 en efigie —ya muertas— que no sobrevivieron a las torturas. Pura aplicación del Malleus maleficarum, al calor de la hoguera. Fueran brujas o curanderas que aplicaban el conocimiento tradicional, hubo una importante “caza de brujas” que se extendió por la zona, en Bera las acusaciones se multiplicaron y al igual por el resto de Cinco Villas. La superstición, envidias, venganzas y fantasía conjugan una fiebre por la caza de brujas. El Inquisidor Salazar visito durante 8 meses los valles para recabar información y testimonios de primera mano, no encontrando pruebas concluyentes. Hoy si encontramos un encantador pueblo, el de Zugarramurdi, que cuenta con un Museo de las Brujas, ubicado en un antiguo hospital y que ofrece una visión diferente de la brujería y lo que aconteció en el siglo XVI. Muy cerca se encuentra el pueblo de Urdazubi/Urdax , con un antiguo monasterio de San Salvador y un molino, pero lo que bien merecen una visita son las cuevas de Ikaburu. Una visita guiada nos adentrará en un mundo subterráneo, en la que podremos contemplar bellas formaciones calcáreas, de estalactitas y estalagmitas, mientras escuchamos el riachuelo Urtxuma que discurre por el interior e la gruta. Ambas cuevas, la de Zugarramurdi y Ikaburu —de Urdax— las une un bello sendero, el de la Pottoka azul.

La regata del Bidasoa y Malerreka

Lesaka / Foto: Enrique López
Lesaka / Foto: Enrique López

La sinuosa carretera de montaña llega a Etxalar. Un pequeño pueblo en el que persiste desde la Edad Media un antiguo sistema de caza de la paloma con redes. Las palomeras de Etxalar están declaradas bien de interés cultural. Una visita merecen las estelas funerarias de su cementerio ajardinado, rojizas, recuerdan los apellidos de las casas del pueblo. Cruzamos el Bidasoa para llegar a Lesaka, que invita a caminar por sus calles con casas en las que la piedra y la madera se dan la mano, junto con los fondos blancos, para crear una arquitectura muy bella. Caminaremos en busca del canal por el que discurre el río Onin, afluente del Bidasoa, y donde los dantzaris ponen a prueba su equilibrio bailando el Zubigainekoa sobre los petriles en los Sanfermines de Lesaka, cuentan que en recuerdo de la paz firmada entre los barrios de Legarrea y Pikuzelaia en el siglo XV. El conjunto lo redondean casas señoriales y dos hermosas torres medievales, la de Minyurinea y la de Zabaleta, que se alza en medio del pueblo. El desarrollo de la ciudad con la siderurgia —Laminaciones de Lesaca, SA. — de la década de los 50 y 60 se contrapone a la belleza de casco antiguo. Vecina es la localidad de Bera, la última de las Cinco Villas, donde puedes caminar por el barrio de Altzate, de bellos caseríos, y donde se encuentra la Casa de los Baroja —la casona palacio de Itzea—.Justo encima de Bera se encuentra el monte Larun, con dos pasos fronterizos: el del collado de Lizuniaga y el de Ibardin, con ventas en ambos, pero lo que más sorprende es la situada en la propia cima del Larun, propia frontera, a la que se puede acceder por un tren cremallera desde el lado francés y que cuenta con panorámicas inmejorables sobre la bahía de Txingudi. Pero el viaje no estaría completo si no remontáramos hacia la cabecera de la regata. En Igantzi se encuentra la Reserva de San Juan de Xar, con carpes, fresnos, robles, tilos y avellanos, y la ermita de San Juan Bautista enclavada en el interior de este paraje natural. Pero si lo que buscas es descargar adrenalina, en el resort rural y parque de aventura de Irrisarri Land un sistema de tirolinas o un circuito de bike park serán una delicia, para posteriormente poder descansar en una de sus lujosas bordas. En Malerreka —valle de Santesteban y de Basaburua menor— el agua brota en ríos y regatas; también salada como la del Balneario de Elgorriaga, que dispone del manantial de aguas medicinales de mayor salinidad de Europa. En el cercano Zubieta un canal deriva el caudal del río a un antiguo molino reconvertido hoy en ecomuseo. Construido en el siglo XVIII, éste fue molino real hasta la desamortización de Mendizábal a mediados del siglo XIX. La última semana de enero, Zubieta y la vecina Ituren se unen en la celebración de los carnavales, uno de los más curiosos de Navarra; el zanpantzar de los joaldunak y la variopinta comitiva en la que se unen disfraces de misteriosa naturaleza con frenesí rural. Doneztebe/Santesteban, la antigua capital, mantiene el aire de pueblo montañés con magníficas casonas de los siglos XVII y XVIII a ambos lados de su calle mayor. La mayor parte de los pueblos bañados por el Bidasoa están unidos por una vía verde de 27 km que aprovecha el trazado del antiguo ferrocarril del Bidasoa —tren Txikito—. Cerca están los embalses de Leurza, con su zona recreativa, en medio de magníficos bosques de hayas, a los que podemos acceder a través de la carretera al pueblo de Urrotz. De vuelta por la carretera disfrutaremos del bello valle donde se emplaza Donamaria y sus barrios, una bonita estampa con la que despedirnos de los valles altos del Bidasoa.

Sabores del Baztan-Bidasoa

Queseria caserio Etxelekua / Foto: Eduardo Azcona
Queseria caserio Etxelekua / Foto: Eduardo Azcona

«Y decidimos mi hermano y yo volver al negocio familiar, yo más dedicada a la elaboración del queso y él al cuidado de las ovejas». Inspiradora es nuestra parada a mitad del sendero de la pottoka azul, camino de Zugarramurdi a Urdax. La productora de quesos, Ana Mari, nos cuenta como sus padres elaboraban a nivel familiar y dieron el paso para montar una quesería en la parte baja de casa. Elaborando y vendiendo durante 20 años, pero el negocio no iba a tener continuidad hasta que ellos decidieron dejar sus trabajos y volver a la tradición familiar. Ana Mari, licenciada en Lade, dejo su trabajo en el Banco por la elaboración de un cuidado queso, el del caserío de Etxelekua, un auténtico queso —Idiazabal— de oveja latxa que cuenta en su haber con varios premios de prestigio internacional. La producción de lácteos está muy arraigada en estos valles, el queso de oveja latxa o la cuajada. Acompañan a una gastronomía ligada a los extensos prados en los que pasta el ganado y a una huerta que provee de puerros, judías, vainas, lechugas, tomates, pimientos y patatas. Txuri ta beltz” es un plato típico, sangrecilla con relleno, una especie de morcilla típica de Navarra. Al igual que el cordero asado a la brasa, la chuleta de ternera, la Baztan-zopa, una sopa de manteca de oveja, el salmón del Bidasoa, las truchas y los derivados del pato. En otoño se celebran en el Baztan las jornadas gastronómicas de caza, en la que no puede faltar la paloma torcaz. Acompañan setas y hongos que proveen los bosques. Mención especial los talos realizados con harina de maíz de los molinos del valle, el de Etxaide, Zubieta o Amaiur. Y para terminar el chocolate Urrakin egina y repostería de Elizondo, los piperropiles o tortas de pimienta y los canutillos de Sunbilla.

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Baztan-Bidasoa, el valle eternamente verde / Foto portada: Eduardo Azcona

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