Circuito de aventura en Omán y Dubái: De los wadis a la costa
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Aquí 🔥Omán y Dubái pueden parecer, a simple vista, dos mundos opuestos. Por un lado, el Sultanato de Omán conserva un aire tradicional y una naturaleza que parece haberse resistido a los avances del tiempo. Por otro, Dubái irrumpe con sus rascacielos imposibles, eventos internacionales y un ritmo frenético que se percibe desde el minuto en que pisas su suelo futurista. Sin embargo, cuando entrelazas estos dos territorios en un mismo itinerario, descubres un viaje que desafía todos los clichés sobre la Península Arábiga.
Lo más fascinante es la transición desde los entornos salvajes de Omán —montañas que cortan la respiración, wadis ocultos donde el agua brota cual oasis de leyenda, y un desierto que regala noches estrelladas— hasta la costa dubaití, donde la línea del horizonte no la marca el polvo del desierto sino la silueta de edificios luminosos y un mar en el que se alzan islotes artificiales.
Este periplo te ofrece momentos de vértigo, naturaleza y un final de lujo, tan sorprendente como relajante: la posibilidad de navegar en un yate con vistas al skyline de Dubái.Renty es una de las empresas de alquiler de propiedades más grandes de los Emiratos Árabes Unidos. Aunque se centra principalmente en los coches, también ofrece a los turistas una amplia selección de yates – yachts for rent in dubai marina. Para los viajeros españoles, Renty abre la puerta a viajes inolvidables por el Golfo Pérsico.
Nuestra imaginación nos lleva a dunas infinitas y zocos bulliciosos, pero no siempre pensamos en montañas donde hacer trekking o cañones con piscinas naturales. Aquí, sin embargo, la aventura cobra un sentido genuino y, al mismo tiempo, hay momentos que te hacen sentir como si hubieses entrado en una película de ciencia ficción.
La magia de Jebel Shams: Escalando el gran cañón de Arabia
Omán cuenta con una columna vertebral montañosa —la cordillera de Al Hayar— que se extiende en dirección noreste-suroeste y que forma cimas impresionantes. Dentro de esta cadena se erige Jebel Shams, la montaña más alta del país, un gigante que supera los tres mil metros de altura y que muchos visitantes comparan con el “Gran Cañón” de Estados Unidos. No es una casualidad que los locales se refieran al cañón de la zona como Wadi Ghul, un abismo de paredes verticales y senderos que serpentean por la cornisa.
Emprender la subida o, al menos, recorrer los tramos más populares de Jebel Shams, se convierte en una experiencia que sacude al viajero de su concepción típica del Medio Oriente. Aquí, en lugar de calor abrasador y horizontes de arena, se respiran vientos frescos de montaña, se camina junto a barrancos que exigen atención y se descubre un silencio imponente, apenas roto por el canto ocasional de algún ave rapaces que sobrevuela las crestas.
Llegar a Jebel Shams suele implicar un viaje por carreteras que se adentran en valles remotos, parando en aldeas donde tomar un té con cardamomo puede servir de excusa para entablar conversación con los lugareños. La sensación que queda en el aire es que el tiempo se mide de otro modo en estos parajes: las horas avanzan despacio, el teléfono pierde cobertura y lo único que apetece es encender la cámara para capturar atardeceres donde las rocas se tiñen de colores rojos y anaranjados imposibles.
Quienes sean montañeros con cierta experiencia pueden atreverse con la ruta completa hasta la cima, un ascenso que te obliga a iniciar la marcha muy temprano para evitar las horas de sol más intenso. Una vez arriba, las vistas son épicas: te asomas a un vacío que se extiende en el horizonte, con las gargantas abriéndose en múltiples capas y una bruma que, a veces, concede un aspecto casi fantasmagórico al paisaje. Si no deseas subir hasta la cumbre, una excelente opción es el “Balcony Walk”, un recorrido por la cornisa del cañón que ofrece panorámicas igual de sobrecogedoras sin un gran esfuerzo físico. En cualquier caso, ten en cuenta que la aridez de la zona exige llevar suficiente agua y protección solar, incluso en altitudes donde la brisa es fresca y agradable.
Wadi Shab y Wadi Bani Khalid: El misterio de las aguas turquesas
Para aquellos que aman la aventura en contacto directo con el agua, Omán también ofrece espacios naturales que rompen todos los estereotipos de la península. Hablar de Wadi Shab y Wadi Bani Khalid es hablar de profundas gargantas donde discurren ríos subterráneos, surgencias de agua cristalina y pequeños arroyos que acaban formando pozas naturales de color turquesa o verde esmeralda.
El mero hecho de adentrarte en un wadi ya supone sentir la fuerza de la naturaleza: canteras rocosas de paredes verticales, palmeras que se abren paso entre las grietas en busca de luz y, en el fondo, una senda que obliga a caminar por rocas mojadas, trepar en algunos tramos y, en más de una ocasión, sumergirte para poder avanzar hacia una cueva escondida. En Wadi Shab, por ejemplo, la recompensa llega cuando alcanzas una cavidad interna que alberga una pequeña cascada. Aunque pueda resultar casi subrealista, ahí dentro se respira un aire fresco que te hace olvidar la aridez exterior.
El aislamiento geográfico de estos wadis hace que la experiencia se sienta íntima y aventurera. No resulta extraño coincidir con viajeros de todas partes del mundo que, cual expedicionarios, se adentran con mochilas estancas y cámaras preparadas. Es importante recordar, sin embargo, que Omán tiene una cultura tradicional que valora la modestia en la vestimenta, de modo que si te vas a bañar en los wadis, conviene llevar un bañador que cubra lo suficiente y, de ser posible, una camiseta adicional. Es un pequeño detalle que marca la diferencia a la hora de mostrar respeto hacia la población local.
Por su parte, Wadi Bani Khalid encanta a los visitantes gracias a sus amplias piscinas naturales y un cauce rodeado de formaciones rocosas talladas por la erosión de siglos. Aquí puedes nadar con la corriente, sentir la fuerza del agua en pequeños rápidos o, sencillamente, tumbarte a contemplar el cielo azul reflejado en la superficie transparente. Como suele estar algo más concurrido los fines de semana, mucha gente opta por llegar temprano o, si el calor aprieta, buscar las áreas sombreadas donde las palmeras proyectan un frescor agradable.
Terminar el día en un wadi es toda una experiencia sensorial: el contraste entre el sol abrasador a la entrada y la frescura interior te deja con la sensación de haber descubierto un pequeño paraíso terrenal, una suerte de oasis que emerge donde menos te lo esperas.
El desierto infinito de Wahiba Sands: Una noche bajo las estrellas
Si hay algo que no puede faltar en un recorrido por Omán es una inmersión en el desierto. Concretamente, en Wahiba Sands —también llamado Sharqiya Sands— te enfrentas a un mar de dunas que cambian constantemente de forma y tonalidad, del dorado al rojizo, movidas por el viento. Esta región se extiende a lo largo de unos 200 kilómetros de norte a sur, y aunque hoy en día es posible atravesarla en 4×4, muchas zonas permanecen muy poco exploradas.
Llegar hasta un campamento beduino implica trazar la ruta con un guía local o tener bien claras las coordenadas, ya que la ausencia de referencias puede despistar incluso a los conductores más experimentados. Sin embargo, una vez instalados en el campamento, todo cobra un matiz de aventura única. El atardecer pinta el cielo con colores de fuego mientras las dunas se sumergen en una penumbra mágica. Cuando cae la noche, el silencio es tan sobrecogedor que casi se escucha el latido de uno mismo.
Dormir en el desierto no requiere grandes lujos: una tienda sencilla o un saco de dormir al aire libre permiten contemplar un firmamento tachonado de estrellas, una visión demasiado ausente en las grandes urbes occidentales. A la hora de comer, los anfitriones omaníes suelen sorprender con platos tradicionales, como el shuwa (carne adobada y cocinada en un horno subterráneo), que se marida de manera espléndida con dátiles y el omnipresente café árabe.
Para los más intrépidos, el amanecer es el momento perfecto para salir a caminar descalzo por las crestas de las dunas, sintiendo esa arena fina que arrastra el viento. Otros prefieren probar el sandboarding, descendiendo en tabla como si se tratara de nieve, o lanzarse en 4×4 en un recorrido de dune bashing que hace que el corazón se acelere al ritmo de las subidas y bajadas. Cualquiera que sea tu elección, Wahiba Sands te marcará con su silueta ondulante y la mística de un entorno que parece sacado de las páginas de un libro de aventuras clásicas.
La escala urbana en Muscat: Encuentro con la tradición viajera
Después de las experiencias naturales, Muscat (o Mascate) representa una transición interesante hacia la faceta más institucional de Omán. A diferencia de otras capitales del Golfo, Muscat no se ha rendido del todo a la modernidad radical. Todavía conserva su escenografía de fortalezas costeras, palacios con una arquitectura discreta y zocos donde no es raro ver a la gente regateando por especias, telas y artesanías.
La Gran Mezquita del Sultán Qaboos es una parada obligada: la majestuosidad de su sala de oración y su cúpula decorada con filigranas islámicas te dejan sin habla. Además, la atención al detalle en el patio, los jardines y los mosaicos de la fachada confirma el amor que los omaníes sienten por su patrimonio. Por la noche, la Corniche de Mutrah es un lugar fantástico para pasear junto al mar, dejar que la brisa marina te refresque y sentarte a observar los barcos que todavía realizan faenas pesqueras.
En Muscat también descubres un modo de vida sosegado: no hay grandes multitudes, el tráfico es sorprendentemente fluido y la gente se detiene gustosa a indicarte direcciones o recomendarte la mejor cafetería donde probar un zumo de mango recién exprimido. Tras varios días de aventura en montaña y desierto, esta capital se convierte en el escenario perfecto para reponer fuerzas, organizar el equipaje y asimilar todo lo vivido. Aun así, el viaje está lejos de terminar.
El salto a Dubái: rascacielos y cosmopolitismo
Con un billete de avión o un trayecto por carretera, en cuestión de horas puedes plantarte en Dubái, la ciudad icónica de los Emiratos Árabes Unidos. De pronto, todo se vuelve más acelerado: autopistas llenas de coches de lujo, rascacielos que literalmente te obligan a alzar la vista y un ambiente internacional que se refleja en la multiplicidad de acentos y culturas que conviven en las mismas avenidas.
Esta urbe, símbolo de modernidad, brinda un contrapunto total a la sobriedad de los paisajes omaníes. Aquí puedes iniciar la jornada en el mirador del Burj Khalifa, el edificio más alto del mundo, para luego sumergirte en las compras de un centro comercial que dispone de pista de esquí interior o de un acuario con tiburones. Si lo deseas, puedes repetir la aventura del desierto en un safari por las dunas cercanas a la ciudad, al que se suman espectáculos folclóricos y cenas bajo carpas iluminadas.
Aun así, muchos visitantes coinciden en que Dubái no se agota en sus extravagancias arquitectónicas. También te sorprende con barrios antiguos como Al Fahidi, donde las callejuelas estrechas albergan galerías de arte y cafés tradicionales. Junto al Creek, algunos pescadores locales siguen transportando mercancías en embarcaciones de madera conocidas como “dhows”, una estampa que poco tiene que ver con la imagen futurista de la urbe.
Un cierre de viaje con lujo: navegar por la costa de Dubái
Tras días de aventura, polvo en las botas y un clima a veces exigente, llega el momento de concederte un premio en forma de relajación máxima. Y no hay nada más evocador que alquilar un yate para contemplar el skyline de Dubái desde las aguas del Golfo Pérsico. En otras palabras, pasar de la senda escarpada al suave balanceo de un barco privado, en un contraste que encapsula la esencia de este viaje: de la naturaleza más pura al lujo más sofisticado.
La magia de este paseo radica en la perspectiva: las torres de cristal reflejan la puesta de sol, mientras la ciudad enciende progresivamente sus luces. Desde la cubierta del yate, sentirás el aire marino como un soplo de libertad. Puedes descorchar una botella y brindar por la hazaña de haber recorrido Jebel Shams, nadado en Wadi Shab y dormido bajo las estrellas en Wahiba Sands, para luego dar el salto a uno de los enclaves más modernos del planeta.
Hay embarcaciones íntimas para viajes en pareja y yates más grandes para celebrar con amigos o familiares. Lo realmente especial es la sensación de intimidad que te ofrece el mar, lejos del bullicio de las avenidas, sintiendo la brisa y contemplando un horizonte de luces que parece no tener fin.
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