Un roadtrip por los tesoros del Mar Muerto y el desierto del Néguev

En la lejanía brumosa se recortan las montañas de Jordania, y por delante una superficie de agua, el Mar Muerto, y sigue la extensión baldía y pelada hasta mis pies entre colinas rocosas y barrancos secos. «La gente ha estado viviendo en el desierto durante miles de años», continúa hablando Alan, «el problema más grande además de la comida es el agua. Necesitas agua todos los días. Puedes vivir sin comer tres, cuatro, cinco días, tal vez semanas, pero necesitas agua todos los días. ¿Cómo consigues agua?, sólo tienes agua unos pocos meses al año.», finaliza el guía acercándonos al nivel de adaptación de quien vive en las entrañas del desierto, los beduinos. Por delante un viaje para conocer más de cerca el Néguev (y sus gentes), este desierto árido e inhóspito, que comienza donde termina el «mar de sal», entre las montañas de Judea y Gaza al norte, y la península del Sinaí al sur.

Esta región ha sido punto de encuentro de culturas, imperios y religiones desde tiempos bíblicos. En la orilla oeste del Mar Muerto los testimonios arqueológicos han revelado presencia de asentamientos desde la más remota antigüedad. “¿Por qué? ¿Por qué la gente vino hace miles de años a un desierto?. No solo viniendo a un desierto, sino que lucharon para quedarse aquí, durante miles de años. Esto no es normal…”, sigue Alan. Una tierra quemada por el sol, que difícilmente nos hace pensar en una vida «cómoda», y que sin embargo ha querido ser domada desde la antigüedad.



Jerusalén, diversa, mística y sagrada.

Vistas de Jerusalén desde el Monte de los Olivos / Foto: Eduardo Azcona
Vistas de Jerusalén desde el Monte de los Olivos / Foto: Eduardo Azcona

Un road trip buscando los secretos del desierto puede comenzar en Jerusalén (accesible desde el Aeropuerto Internacional Ben Gurion de Tel Aviv, 45 minutos), la Ciudad Santa de las tres religiones monoteístas: Judaísmo, Cristianismo e Islam. Desde el Monte de los Olivos se observa Jerusalén (una panorámica de la Ciudad Vieja), escalonada en colinas que ha ido poblando, en historia, culturas y religiones. Una ciudad espiritual a la que llegan peregrinos de diferentes partes de mundo y religión, en busca de los lugares de su fe. Jerusalén es diversa y los diferentes barrios (musulmán, cristiano, judío y armenio) despiertan en el visitante la curiosidad, cuando escucha las campanas de la Iglesia del Santo Sepulcro, que se entremezclan con las llamadas a la oración desde las mezquitas y el shofar judío, entendiendo que esa diversidad es fruto de miles de años que llega aún a nuestros días.

Muro de las Lamentaciones en Jerusalén / Foto: Eduardo Azcona
Muro de las Lamentaciones en Jerusalén / Foto: Eduardo Azcona

La visita a la Ciudad Vieja puede acompañarse de una visita al Museo de Israel en Jerusalén, reconocido como uno de los museos mundiales de arte y arqueología. En el museo se encuentra el Santuario del Libro con los Rollos del Mar Muerto (primeros manuscritos bíblicos conocidos). Entre ellos, el Rollo de Isaías (el más antiguo de todos, 100 años a.C.), que junto a otros manuscritos fue encontrado en una cueva de Qumrán, en el norte del Mar Muerto. También podrás contemplar Jerusalén en miniatura, desde la misma perspectiva que tuviste desde el Monte de los Olivos. Todo ello en la maqueta de 2000 m² de la Ciudad Vieja de Jerusalén (durante el período del Segundo Templo) que se encuentra en el museo y que se basa en los escritos de Flavio Josefo.

Mar Muerto, el lugar más bajo de la tierra.

Vistas desde los yacimientos de Masada / Foto: Eduardo Azcona
Vistas desde los yacimientos de Masada / Foto: Eduardo Azcona

Cuando dejas atrás el tráfico de Jerusalén y el coche enfila dirección Este, el paisaje cambia a desértico, pasas al lado del letrero “Nivel del mar” y la carretera sigue bajando y bajando hasta encontrarse con las aguas salobres bordeadas de depósitos salinos y montañas rojizas. La superficie del Mar Muerto se encuentra a 421 metros bajo el nivel del mar. El «mar de sal», como lo llaman los judíos, no da lugar a la vida. Pero hoy en día no es un lugar tan remoto. A 20 minutos de Jerusalén (puede ser una excursión de un día que podemos realizar en autobús), hoy es visitado por turistas que llegan a sus orillas por las bondades de las aguas salinas, con una salinidad por encima del 30 por ciento y alto contenido en minerales.

A pesar de las condiciones climáticas extremas, podemos preguntarnos a quién se le puede pasar por la cabeza venir a vivir aquí, pero la realidad histórica ha sido bien distinta. A la que avanzamos hacia el Sur por la orilla del mar, vemos las montañas rocosas, salpicadas de cuevas, en las que un beduino encontró los primeros Rollos del Mar Muerto (el Rollo de Isaías, ¿recordáis?). Entre esas montañas se encuentra el oasis de Ein Guedi, que dejamos a nuestra derecha. Se suceden los campos de datileras, planta que resiste y crea vida en este inhóspito lugar. Subiendo a los yacimientos de Masada (puedes subir andando por el serpenteante sendero llamado Camino de la Serpiente o en teleférico) encontrarás los restos de los palacetes fortificados del Rey Herodes en el corazón del desierto de Judea. Fue el último bastión de la revuelta judía contra los romanos en el año 73 d.C., dónde finalmente, para no terminar sometidos a la esclavitud romana optaron por suicidarse. Acto heroico último, la muerte antes de una vida fuera de unos principios. Las vistas sobre el Mar Muerto son espectaculares. Si allí abajo podría parecer difícil vivir, en lo alto de esta montaña, debería serlo aún más. Pero a Herodes no le faltaba de nada, desde su baño romano a las más suculentas comidas y vinos que no escaseaban en las dependencias de Masada. Tampoco lo era el agua, cuando las aguas llegaban un inteligente sistema la recogía.

Costras de sal en el Mar Muerto / Foto: Eduardo Azcona
Costras de sal en el Mar Muerto / Foto: Eduardo Azcona

El Mar Muerto se ha convertido hoy en un centro de bienestar. Los turistas pueden realizarse baños de barro (limo) y acabar flotando en las aguas del mar (los altos contenidos en sal harán que flotes como una colchoneta). Se crean costras salinas sobre el fondo y orillas, en estampas extremas y salvajes. Los extranjeros llegan a esta zona y acompañan el descanso activo con baños en el mar muerto o en las instalaciones de spa de su hotel.

Arad, tómate un respiro al sur del desierto de Judea

Desierto de Judea / Foto: Eduardo Azcona
Desierto de Judea / Foto: Eduardo Azcona

Estamos en Mitzpe Moab (el mirador de Moab), en la zona de Arad, por delante una vista panorámica del desierto de Judea, el Mar Muerto y las montañas en Jordania. Al fondo el Mar Muerto, donde allí abajo en verano llegas fácilmente a los 40ºC. Alzo la vista y vuelvo a mirar la extensión árida ante mis ojos. ¿Por qué tantas culturas han querido quedarse aquí?… “La sal, exacto”, remarca el guía, “para la conservación de los alimentos”. La sal, esa es la clave. Allí donde se situaban Sodoma y Gomorra, y que visualizábamos desde ese mirador, se extraía sal de las montañas. Tener sal significaba poder conservar los alimentos y ello marcaba las formas de vida (ya no era necesario salir todos los días a cazar para tener carne), todo ello nos da una idea de la joya que significaba esta zona para los imperios cercanos. Lo que hoy en día es el petróleo, entonces lo fue la sal.

Los profundos cañones cayendo al lugar más bajo de la tierra son prueba del increíble poder del agua. Y los antiguos asentamientos, del poder de quien domine el desierto. Y ello significa hacer crecer la vida donde no existe el agua, o dónde no siempre existe el agua. Los nabateos, pueblo que recorrió durante siglos estas inhóspitas tierras sabían como recogerla y potenciarla en cultivos florecientes donde solo existía tierra quemada.

Ejemplo de ello son las viñas que pueblan los fondos, donde el desierto parece dar cierta tregua a la vida. La propia Biblia habla de la vid como «árbol de la vida». La cultura judía tiene una relación muy estrecha con la vid y con el vino. «No hay alegría sin vino» dice. Y transciende la vida cotidiana para formar parte de las ceremonias y celebraciones más importantes, como el Shabat o el Pesaj (Pascua judía que conmemora la liberación del pueblo hebreo de la dominación egipcia.). La Bodega Midbar en Arad es una de las más de 300 bodegas que hay en Israel. Yiftach “Luca”, productor, nos presenta orgulloso a los que dice son como sus hijos, vinos que él elabora y que nacen del desierto. Frente a la mesa en la que los degustamos, una gran foto de las viñas en las que meticulosamente va señalando diferentes variedades, como si de su familia se tratara. En Israel, se ama el vino. Se cultivan más de 30 variedades de uva, entre 4500 y 5000 hectáreas de viñedos, que dan lugar a 55 millones de botellas de vino producidas anualmente en el país. Vino seco, semi-seco, dulce, espumoso, de postre.

Y no el vino sino el desierto inspira las obras que podemos encontrar en la «House of Art». Eso es lo que nos cuenta el artista Itzik Gamliel, mientras mira desde su terraza a la lejanía de colinas ocres que se suceden hasta el mar. Entre las casas de Arad la reconocerás rápidamente: un gran dragón y una jirafa fabricadas en hierro reutilizado te darán la pista. Este lugar (casa) está abierta a los huéspedes que busquen inspiración. Y no solo a Itzik inspira el desierto de Judea. Arad es conocida por ls comunidad de artistas que han encontrado aquí el lugar desde donde comunicarse con su «yo interior» y plasmarlo en sus obras.

Vistas del desierto desde House of Art / Foto: Eduardo Azcona
Vistas del desierto desde House of Art / Foto: Eduardo Azcona

Con los últimos rayos llegamos a Kfar Hanokdim, entre Arad y Masada, el sueño de una familia convertido hoy en un oasis resort en el corazón de HaKanaim Rift. Bungalows y tiendas. Palmeras, camellos y aves exóticas, esperan al turista para crear una experiencia beduina en el desierto. Aunque la autenticidad de los inicios se haya ido perdiendo conforme ha ido creciendo, aún hoy permite disfrutar de una estancia cómoda y conocer de primera mano las costumbres, cultura y vida beduina. La cena al estilo beduino reparará los estómagos vacíos, cuscús con toda suerte de legumbres, pollo y otras carnes. Al anochecer se encienden las hogueras, en un ambiente acogedor de sombras y luz, que invita a abrirse y conversar mientras se toma un té beduino o se queman nubes al fuego en un estilo más americano.

La ruta del incienso y las especias: Avdat y las ciudades nabateas del Desierto del Néguev.

Los desayunos en Israel son coloridos, sabrosos y frescos, abundantes platos que podrían constituir la comida del día, en los que podrás acompasar platos salados y dulces. Huevos en diferentes presentaciones, hummus, verduras en ensalada. El Shakshuka es un plato tradicional que no falta en los desayunos, con tomates guisados, huevo, cebolla, ajo y todo enderezado con especias; un plato delicioso con el que comenzar el día. El de Kfar Hanokdim es tan variado y suculento como en el resto de la región.

Shakshuka, desayunos en el Néguev / Foto: Eduardo Azcona
Shakshuka, desayunos en el Néguev / Foto: Eduardo Azcona

Seguimos tomando el pulso al desierto de Néguev y nos desplazamos hacia el Sur. En el Ein Avdat National Park el cauce del río Zin ha horadado un enorme cañón en las montañas de caliza blanca. Un manantial brota milagrosamente para nutrir una cascada que cae sobre pozas de agua (extraño elemento en este desierto), luego, corre por el estrecho y sinuoso barranco. La garganta está salpicada por pequeñas cuevas que eran utilizadas por ermitaños bizantinos en búsqueda de la soledad e inmensidad del lugar. Explorar la garganta del wadi (barranco), caminar entre paredes y ver como los íbices (cabras salvajes) retan al abismo en este territorio vertical, pueden ser algunos de los atractivos.

Ein Avdat National Park / Foto: Eduardo Azcona
Ein Avdat National Park / Foto: Eduardo Azcona
Barranco en Ein Avdat National Park / Foto: Eduardo Azcona
Barranco en Ein Avdat National Park / Foto: Eduardo Azcona

LEE TAMBIÉN: Senderismo en el Parque Nacional de Ein Avdat»

Cerca se encuentra los restos de la antigua ciudad de Avdat, una de las estaciones en el corazón de la antigua Ruta del Incienso y las Especias del reino nabateo. Los nabateos controlaban las lucrativas rutas de caravana desde el sur de Arabia al Mediterráneo, pasaban por su centro en Petra y llegaban al final de su viaje en Gaza. Entre medio recorrían las zonas más agrestes del desierto de Néguev, dominando al desierto y a la escasez de agua. La ruta nabatea del incienso y las especies trajo prosperidad a las ciudades de Avdat, Mamshit, Shivta y Haluza en el Néguev. Hoy sus ruinas son huella del pasado y nos traen una historia fascinante de este pueblo nómada oriundo del norte de la península Arábiga que llegó al Néguev hacia el s. IV a.C.. Así, en 2005 fueron declaradas Patrimonio Mundial como la “Ruta del Incienso-Ciudades del Desierto en el Néguev”.

Vistas de los yacimientos de Avdat / Foto: Eduardo Azcona
Vistas de los yacimientos de Avdat / Foto: Eduardo Azcona

En Shivta, en un envidiable aislamiento, desértico éste, junto a la frontera con Egipto, la tensión estratégica de estas líneas no se aprecia. La excursión en jeep nos embarca por los caminos de arena y piedra, exploramos los barrancos que llevan a la gran duna de arena. El sandboard se ha convertido en una de las actividades de aventura que demanda el turista, al igual que el off road por el polvo del desierto. La tabla de snowboard encuentra aquí otro medio, más árido, que extraña en un principio pero no olvida el deslizar pendiente abajo. La subida a la duna se hará pausada, entre jadeos, y preguntándonos cómo lo haría un beduino (¿flotaría en la arena para subir fácilmente?).

Sandboard en el Néguev / Foto: Eduardo Azcona
Sandboard en el Néguev / Foto: Eduardo Azcona
Vista panorámica del desierto bíblico de Zin, desierto Néguev / Foto: Eduardo Azcona
Vista panorámica del desierto bíblico de Zin, desierto Néguev / Foto: Eduardo Azcona

Circulamos dirección sur por la carretera que cruza el centro del desierto del Néguev. Desde la tumba de Ben Gurion (el primer ministro de Israel), enterrado en el corazón del desierto del Néguev según su última voluntad, encontrarás una impresionante vista panorámica del desierto bíblico de Zin. El desierto lo enamoró.

Makhtesh Ramón, el “gran cañon” de Israel

Makhtesh Ramón, el “gran cañon” de Israel, al atardecer / Foto: Eduardo Azcona
Makhtesh Ramón, el “gran cañon” de Israel, al atardecer / Foto: Eduardo Azcona

Mitzpe Ramón es la capital del turismo en el corazón del desierto del Néguev. Mitzpe significa en hebreo “mirador”, y allí adquiere todo el sentido. Si te acercas al extremo norte del “Gran Cañón” (así lo llaman) tendrás unas magníficas vistas sobre este accidente geográfico, Makhtesh Ramón; un valle o cañón ciego, un circo de erosión, que colapsó en tiempos geológicos para crear este “cráter”; drenado por dos ríos (Nahal Ramon y Nahal Ardon), con más de 400 metros de profundidad, 40 kilómetros de largo, 9 kilómetros de ancho. La atmósfera que crean las areniscas multicolor y la roca volcánica son sencillamente impresionantes. Eso sí, si quieres descubrir más de cerca los tesoros geológicos y fósiles, tendrás que bajar y perderte entre las ondulaciones coloreadas de tonos ocres y oscuros que has visto desde lo alto.

Mitzpe Ramón es epicentro de las actividades en la parte sur del desierto; rutas de senderismo (algunas de las mejores del país se encuentran aquí, incluyendo un tramo del Sendero de Israel), para btt o podrás también hacer rápel desde sus pareces rocosas. El centro de visitantes se encuentra al borde del makhtesh, y gran parte del mismo se centra en la figura del astronauta israelí Ilan Ramon, que murió durante el desastre de la lanzadera espacial Columbia. También podrás sacar fotos a las cabras montesas que vagan por los bordes del cañón. Pero una visita a la inmensidad del desierto no puede olvidar acercarse otra inmensidad, la de las estrellas sobre una región despejada, sin contaminación lumínica, lejos de las aglomeraciones y las luces de la ciudad. Esta zona es privilegiada para observar las estrellas, al fondo del Cráter Ramon el universo adquiere protagonismo. “Hace doce años, comenzamos esta actividad de observación exterior con el telescopio. Ha tenido un gran desarrollo en la zona. Ahora siete operadores ofrecen esta experiencia”. Perry Effie nos habla sobre la rotación de las estrellas sobre nuestras cabezas, nos localiza constelaciones, racimos y viejas estrellas. Unas copas de vino de la región amenizan el momento, mientras la vía láctea resalta entre la oscuridad de la noche.

Makhtesh Ramón, el “gran cañon” de Israel / Foto: Eduardo Azcona
Makhtesh Ramón, el “gran cañon” de Israel / Foto: Eduardo Azcona

Hacia el Norte, Be’er Sheva (la ciudad bíblica de Abraham)

Conducimos hacia el Norte, dirección Sde Boker, para hacer una última parada en la impresionante ciudad moderna de Be’er Sheva (la ciudad bíblica de Abraham). En la Estación de ferrocarril turca una exposición de fotos históricas de la ciudad nos la muestra tal cual era durante el periodo otomano y el mandato británico. Fascinante ver como ese puesto avanzado en el desierto ha pasado a ser el centro referencia en el sur de Israel, en el que se mezclan el pasado y presente.

Y aún ensimismados por la naturaleza indómita del Néguev pisamos la puerta de embarque en el Aeropuerto Ben Gurion de Tel Aviv, constatando lo mucho que el desierto puede unir lo que el ser humano trata de separar.

Ese hechizo hipnotizante del silencio en la noche, las brumas recortadas sobre un horizonte ocre, del andar pausado del beduino, del olor a salitre y polvo, del calor irradiado, del despertar interior, sin duda tardará un tiempo en abandonarnos.


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