Turbera de Plans de Sotllo (Lleida) antes de la construcción de las pasarelas de protección.
Turbera de Plans de Sotllo (Lleida) antes de la construcción de las pasarelas de protección.

Las turberas, esos ecosistemas misteriosos…

Seguramente si pensamos en ecosistemas montañosos, nos vienen a la mente grandes masas forestales de abetos, hayas o pinos negros. Si subimos a una cima del Pirineo, podremos contemplar las vistas, quizás pasaremos por tarteras rocosas y posiblemente almorzaremos cerca de algún lago o algún riachuelo. Pues, aquí, en estas zonas encharcadas que acumulan agua o al lado de los ibones pirenaicos, encontramos a nuestro ecosistema protagonista, la turbera o tremedal, hábitat de una gran importancia ambiental y con una biodiversidad única.

¿Pero, que entendemos por turbera?

Una turbera es un ecosistema acuático, que igual que un buen plato se ha cocinado a fuego muy lento. El recipiente de cocción es una depresión del terreno, donde la lluvia o el aporte hídrico de riachuelos, han creado la base para el ingrediente principal del plato. ¿A qué nos referimos?, a un tipo de musgos, llamados esfagnos. Normalmente, los musgos que recubren las rocas o los árboles tienen unas raicillas para fijarse al sustrato, pues estos no. Aunque no estén fijados al suelo, tienen una capacidad de absorción del agua estratosférica. Tanto los tallos como las hojas, tienen unas células “almacenadoras de agua” distribuidas entre las células fotosintéticas que actúan como esponjas absorbentes de agua y sales minerales. Los musgos de la parte superior crecen, mientras los de la parte inferior se van pudriendo. Aquí entran otros ingredientes de nuestro guiso, los hongos y las bacterias del suelo. Estos descomponen la materia orgánica muerta, pero en unas condiciones de falta de oxígeno (anoxia), se generan compuestos “especiales” al medio. Igual que un cocinero puede “salar” en exceso un plato, estas sustancias químicas causan una “acidificación” del suelo. Es decir, cambian una propiedad química del agua, el pH. Los esfagnos, son el ingrediente principal, pero también tenemos otros complementos a nuestro guiso. En las turberas de aporte hídrico más fluvial, no tanto por pluviosidad o humedad, encontramos algunas plantas. Ejemplos como la hierba algodonera con sus espiguillas pilosas de color blanco, el junco y sus hojas cortantes, el brezo de turbera, el trébol de agua o los helechos. Pero si algo nos llama la atención, son dos estrategias ecológicas “inventadas” por las plantas, para sobrevivir en un medio ácido, anóxico, saturado de agua y pobre en nutrientes. La primera, representada por la drosera o atrapamoscas, y la grasilla o tiraña de flores violetas, plantas carnívoras que “complementan su dieta” con insectos que cazan, y la segunda las orquídeas con hongos en sus raíces que les “captarían” nutrientes. Y ya, para tener un “plato con fundamento” nos faltaría añadir los últimos condimentos a nuestra receta, la fauna. Encontramos insectos que viven en este hábitat, como la mariposa perlada de los pantanos, anfibios como la rana bermeja, el tritón palmeado o el pirenaico y la lagartija de turbera, ligada a este ecosistema.

Esta elaboración, a fuego lento, necesita un tiempo atmosférico lluvioso y de temperaturas bajas, para producir una fermentación bacteriana y fúngica adecuada. Pero, también necesitamos un tiempo cronológico largo, para la madurez del ecosistema y la formación de la turba…

Estrategias de supervivencia en medios hostiles

Ante la falta de recursos nutritivos, las plantas han desarrollado varias estrategias. Las orquídeas han optado por la simbiosis con los hongos, estos captan sales minerales con sus “microfilamentos” que penetran a dentro de la raíz e incorporan a la orquídea. A cambio, el hongo recibe nutrientes procesados por la planta. A esta unión se le llama micorriza, y es presente en todas las orquídeas del planeta. Y la otra estrategia sería incorporar nutrientes animales, como hacen las plantas carnívoras. La “drosera” tiene unas estructuras espinosas con una sustancia pegajosa que atrapan al insecto dentro y la “grasilla” otro tipo de sustancia, también pegajosa, repartida por sus hojas largas. En esta segunda planta, encontramos un curioso caso de «picaresca animal», algunos ácaros son inmunes a este «pegamento» y se alimentan de los pobres insectos atrapados.

Las orquídeas, aparte de la relación subterránea que han desarrollado con los hongos, han evolucionado con múltiples estrategias florísticas para «utilizar» a los insectos en su polinización.

Turba, lignito, hulla y antracita…

Todos los restos de esfagnos, líquenes, restos de vegetales y de fauna, son fermentados por los organismos descomponedores, originando un material orgánico de color pardo claro o negro, la turba. Este sustrato es poroso, de densidad baja y con un volumen de agua alto. Este material va creciendo, produciendo un “abombamiento” del terreno, detectable a simple vista. En los ecosistemas maduros la encontraríamos debajo de los vegetales vivos y constituiría la estructura base del ecosistema. Desde tiempos antiguos la turba desecada se ha utilizado como combustible y al cabo de los siglos, se ha transformado químicamente en los diferentes tipos de carbón: hulla, lignito o antracita. 

Un poco de historia…

Los historiadores romanos Plinio el Viejo y Tácito ya describen las turberas en Escandinavia. Se cree que estos ecosistemas están presentes en Europa desde la última glaciación, pero han sufrido una regresión muy importante a partir del siglo XVIII, principalmente para explotar la tierra con fines agrícolas o ganaderos. Aparte de su utilidad como combustible en forma de turba o carbón, los esfagnos secos debido a sus propiedades absorbentes y antisépticas se han utilizado como compresas o cataplasmas para las heridas, sobre todo en tiempos de guerra. Las turberas son una fuente de información para la comunidad científica, ya que son testigos de los cambios ambientales. Entre las capas de sedimentos que forman la turba, podemos encontrar indicadores de otras épocas, como polen, esporas de hongos, restos de tejidos animales, semillas o incluso cadáveres humanos momificados. Uno muy curioso es el “hombre de Tollund”, en 1950 en unas turberas de Dinamarca se encontró este cuerpo momificado de la Edad del Hierro, concretamente del s. IV a. C. Aportando información sobre su ropa, su constitución física, la causa de su muerte y hasta su última comida. Aparte de estos interesantes descubrimientos, encontramos trazas químicas, que nos permiten saber como era la composición química atmosférica del pasado, si hubo erupciones volcánicas o extinciones biológicas.

Actualmente, la viabilidad de estos ecosistemas depende de la desecación y del equilibrio con los gases atmosféricos, como el CO₂. No olvidemos que estamos en una época de niveles elevados de gases invernadero, que aumentan la temperatura global del planeta, y también en periodos de sequía recurrentes, que no favorecen a estos frágiles ecosistemas. 

¿Dónde podemos encontrar turberas?

Estos ecosistemas los podemos encontrar en muchos países europeos y por supuesto en España, principalmente en la vertiente cantábrica y Pirineos. De manera más relicta en los Montes de Toledo, la sierra de Albarracín o en Sierra Nevada. 

Donde visitar turberas en los Pirineos…

  • Parc Natural de l’Alt Pirineu (Lleida): En la clásica ascensión a la Pica d’Estats, desde el refugio de Vall Ferrera. Aquí encontramos la turbera de Plans de Sotllo, cerca del lago homónimo,  para su protección en 2017 se construyó una pasarela de madera. Los 170 metros de esta estructura impiden la erosión causada por el gran volumen de los excursionistas que suben al emblemático pico. 
  • Parque Nacional de Ordesa (Huesca): Entre los 2150 y los 2500 m encontramos las turberas alpinas de Ordesa. Situadas en zonas de pasto, en las altas planicies de los barrancos tributarios del valle de Ordesa. Formadas en los meandros de los ríos, no tienen esfagnos, pero sí unos endemismos vegetales que son merecedores de protección. 
  • Valle de Aguas Tuertas (Huesca): Antiguamente, había un glaciar que posteriormente se colmató, encima de él encontramos un cauce meandriforme donde encontramos turberas. La vegetación está formada por esfagnos, juncos, helechos cola de caballo, plantas carnívoras como la grasilla y narcisos primaverales.
El valle de Aguas Tuertas.
  • Ibones de Anayet (Huesca): Ubicados en el valle de Tena, podemos ver dos tipos de turberas, unas situadas en ibones colmatados y otras en los márgenes de los ríos. Siempre vigilados por el pico del mismo nombre, que por cierto es un pitón volcánico. Es decir, la chimenea petrificada del volcán, la parte externa o caldera se ha derrumbado. 
Los ibones de Anayet con el Midi d’Ossau de fondo.
  • Canal Roya (Huesca): Perteneciente al municipio de Canfranc, en este valle encontramos el ibón de las Negras de Anayet, y justo debajo la balsa de las Negras. En este último hábitat encontramos una turbera muy interesante, con juncos y tréboles de agua, entre otros vegetales protegidos. 

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